
La productividad del trabajo (que incluye inversión en capital fijo o hundido) cayó en los 32 países de la OCDE antes de la crisis financiera global 2008-2009 (colapso de Lehman Bros.), y profundizó su debilitamiento después. En EE.UU. creció 2% anual entre 1990 y 2000, disminuyó a 1,5% por año entre 2000 y 2007, y se redujo a 1% a partir de 2008. Las cifras de China han sido 6,2% por año, 1990 / 2000; 9,2% anual, 2000 / 2007, y 6,4% en adelante.
Esta declinación generalizada no se debe al agotamiento de la innovación. Las empresas globalmente más productivas (las 100 principales en los 100 mayores rubros económicos) muestran un alza de la productividad de 5,5% anual en los últimos 6 años (era 3,5% por año entre 2000 y 2007), 5 veces más que las restantes firmas de las cadenas globales de valor.
A partir de 2006, se desata la nueva revolución industrial, que implica digitalización completa de la manufactura, y se funda en un nivel superior de productividad. La frontera tecnológica del sistema surge del cruce entre la innovación más avanzada y los recursos de capital, humanos y organizativos de las cadenas globales de producción.
La crisis de productividad no es de raíz tecnológica. Reside en el freno que experimenta la difusión de los avances de las firmas de punta en relación al resto del sistema.
La tecnología es un saber, no una cosa. Se la aprehende (comprende) si se la adapta o modifica. La difusión de la tecnología más avanzada depende de la calificación e iniciativa del capital humano en cada una de las fases del proceso global.
Este dato estratégico es crucial en el sector servicios –segmento decisivo de la manufactura avanzada–, que integra la economía del conocimiento, sustento del capitalismo en el siglo XXI. La productividad tecnológica está notoriamente subestimada (“hay una crisis de medición, no de productividad”, dice Google).
La crisis anida en las conexiones globales del sistema, no en su vanguardia; y la intensidad depende de la naturaleza de la inversión extranjera (IED), ya sea “horizontal” –orientada al mercado interno–, o “vertical” –destinada a profundizar la integración con las cadenas globales de valor–.
La productividad de alta tecnología es cada vez mayor, pero la brecha con los sectores retrasados se amplía. Aumenta la desconexión entre los sectores de la producción, y esto coincide con la disparidad en los niveles de expansión económica de las diversas regiones del país.
EE.UU. creció 2,2% en 2014, pero Texas se expandió 5,5% anual, y 6% Dakota del Norte (fracking / shale gas mediante). La productividad doméstica promedio es cada vez más irrelevante.
El auge del triángulo Dallas/ Houston/San Antonio (Universidad de Austin en el medio) es superior al de Texas como Estado. Es la zona de mayor crecimiento y capacidad de innovación de EE.UU., por encima de San Francisco/Silicon Valley.
China está subordinada a la alta tecnología norteamericana. Pero su capacidad autóctona de innovación ha sido superior a la de EE.UU. entre 2010 y 2015 (+ 2% anual). Surge del traslado del nivel superior de crecimiento y productividad de la Costa al Interior, que implica un gigantesco esfuerzo de aprendizaje y adaptación.
El número de nuevos empresarios chinos aumentó 70% en 2014 (+4 millones de nuevos emprendedores), 60% en el sector servicios. Ahora se crean más empleos (13 millones de nuevos puestos de trabajo en 2014) que cuando la economía crecía a dos dígitos.
“Imagínense –dice el premier Li Kegiang– la fuerza de China si 800 o 900 millones de sus trabajadores se volcaran al emprendimiento, la innovación, y la creatividad”.
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